Sobre las plantas que no son verdes y el haber leido sentados
I
Hay que sentarse para leer un libro
de texto. No se puede hacer de pie ni acostado. En principio se trata de una
lectura individual aunque también es habitual que se realice de forma
colectiva. Una práctica muy extendida implica la lectura simultánea: bajo
supervisión de la autoridad y siguiendo el ritmo marcado por su voz, o por la
de aquella persona en quien la autoridad ha delegado esta responsabilidad, el
grupo avanza al unísono, recorriendo las mismas palabras en el mismo momento,
haciendo las mismas breves pausas ante las comas, las un poco más prolongadas
frente a los punto y seguido, deteniéndose a respirar ante los punto y aparte,
sintiendo el mismo estupor ante los punto y coma.
Ya se realice de forma individual o
en la modalidad colectiva, el ideal que inspira al libro de texto es que la
comunidad de usuarios de sus páginas participen exactamente del mismo saber. La uniformidad en el aprender es una
aspiración compartida por credos pedagógicos de las más variadas tendencias,
que se traduce en una homogenización instrumental del conocimiento. Planes de
estudios y reformas curriculares se afanan en engendrar una masa homogénea de
seres “pensantes y críticos” dotados democráticamente de las mismas
definiciones, características, ejemplos, causas y consecuencias, fórmulas,
demostraciones... Pero no basta informar para formar, hay que demostrar que los
lectores de textos son capaces de
retener y reproducir el contenido estructurado en sus páginas. A esta necesaria
comprobación, a esta trascendental tarea, se la denomina evaluación. Y la
evaluación es indispensable en nuestra sociedad porque gracias a ella podemos
confirmar, evaluación tras evaluación, año tras año, que no se ha alcanzado ni
la igualdad ni el nivel anhelado. Por eso, masivamente nos indignamos,
reclamamos más medidas, más programas, más libros de textos (gratuitos,
preferiblemente), más formación y más información, más evaluación, sí mucha más
evaluación. Más, mucha más.
Ni de pie ni acostados, sentados
hemos leído. En silencio o en voz alta. De forma individual o colectiva. Y
ahora le toca demostrar a cada uno de los individuos si cumple o no con los
requisitos necesarios para formar parte del grupo de lectores de textos; si
puede inscribirse dentro de la masa homogéneamente deseada o, por el contrario,
si desciende a esa otra masa compuesta por esos sujetos que son reacios a
asimilar su condición de iguales y, en consecuencia, ponen en peligro el
sistema mismo de una educación para todos y para todas.
Demostremos pues que hemos leído
sentados. Hagámoslo sentados, al unísono, en silencio e incomunicados. Fijemos
nuestra mirada en el papel que yace donde otrora estuvo el libro de texto.
Aunque hay ocasiones, excepcionales, en las que la evaluación se realiza en voz
alta. En este caso se extrae a un individuo de la colectividad, la autoridad le
pide que se levante y lo somete a sus preguntas. De tal manera que el sujeto en
cuestión es doblemente evaluado: por la autoridad y por el conjunto de los
otros individuos, que callados y sentados ya han pasado por esta prueba o
todavía esperan su turno.
Con independencia de los resultados
que el individuo obtenga de su evaluación, al margen que demuestre el dominio
de los contenidos memorizados o sea incapaz de probar su competencia lectora,
el sistema educativo imprime una visión del mundo librodetextista en prácticamente la totalidad de individuos que lo
conforman. Desde su manifestaciones más primitivas (como ficha de lectura)
hasta sus formas más complejas y voluminosas en las cúspides de la formación
académica (incluyendo las derivaciones electrónicas y virtuales), este inmenso
conjunto de obras comparten rasgos generales como la máxima esquematización y
formulación del saber en aras de facilitar su transmisión, recepción y
evaluación; el que se le atribuya una autoridad prácticamente indiscutida por
sus usuarios (quienes suelen asumir como verdad todo lo que aparece en sus
páginas), y el hecho de que se tiende pasar por alto que el libro de texto es
un medio de transmitir el conocimiento y no es el conocimiento en sí.
Tras la loable consigna de
democratizar el saber el libro de texto impone una visión del mundo
simplificada y simplificadora, uniforme y superficial, en los que la
experiencia personal y la reflexión son sustituidas por la accesibilidad e
inmediatez. Esta modalidad de conocimiento monopoliza los medios de
comunicación masivos, modela la opinión pública y tras la vertiente de
proyectos, informes y powerpoints
configura las decisiones políticas, económicas y culturales que rigen nuestra
sociedad.
II
¿Qué es lo que no entendemos y lo
que entendemos cuando vemos las ilustraciones de Leire Urbeltz incluidas en la
exposición Plants that are not green?
Hallamos un modelo de representación que nos es familiar, manejamos su código,
disponemos de la experiencia necesaria para inferir que cada imagen da cuenta
de una realidad y pretende trasmitir una información, incluso somos capaces de
relacionar cada ilustración con una ciencia, disciplina o ámbito del
conocimiento específico. En otras palabras, somos partícipes de la estructura
formal reproducida y es así porque justamente ésta no es otra que la del libro
de texto.
Sin embargo, desprovistas de textos
estas imágenes de libros de textos nos trastocan. Carecen de una narración
tranquilizadora que les otorgue un sentido, que confirme su condición ficcional
y las situé dentro del ámbito de la fantasía. El espectador puede asumir este
ejercicio imaginativo, actuar como si
estas representaciones dieran cuenta de un otro
mundo que tiene sus leyes y una lógica propia; puede disponer de cada una
de las ilustraciones y armar con ellas su personal puzzle; puede descubrir en
ellas una dimensión arqueología o puede preguntarse por su hipotético autor,
por las aventuras y tribulaciones que vivió para poder legar en nuestras manos
este enigmático testimonio.
Si el lector decide asumir esta
dirección, si entra en el juego, lo que está haciendo en último caso es dotar
de contenido a una estructura formal pretendidamente vacía. Este proactivo
espectador asume de forma consciente o no que Urbeltz le ha propuesto una
actividad recreativa con la cual puede interactuar. Interacción que, dicho sea
de paso, no se diferencia mucho de las habitualmente se proponen en las páginas
de los libros de texto. Interacción a la que, incluso, podemos buscar la forma
de evaluar.
Junto a esta dimensión lúdica, la
exposición abre otro camino. Este consiste en el cuestionamiento mismo del
modelo de representación y visión del mundo impuesto a las masas escolarizadas
a través del libro de texto y sus prolongaciones. ¿Es radicalmente diferente la
experiencia de leer estas
ilustraciones a las que habitualmente encontramos en los libros escolares de
nuestros hijos, a los diagramas infográficos del periódico y los noticieros, a
los informes y presentaciones laborales? ¿Hasta qué punto las informaciones,
datos y esquemas que al parecer orientan nuestros criterios y elecciones no
tienen una relación tan lejana a la realidad como las de las obras incluidas en
esta exposición? ¿Por qué hemos dejado de interesarnos por tener un
conocimiento directo y empírico de las cosas y nos hemos conformado con
visiones empobrecidas, de fácil consumo y fácil olvido?
Preguntémonos, pues, qué es lo que
nos perturba al mirar estas ilustraciones, si es que hay efectivamente algo que
nos perturba. Sentémonos por un momento a ver la exposición, no nos limitemos a
pasar de pie frente a sus cuadros. Sentémonos y hablemos.
Gustavo Puerta
Leisse.
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